Volver a sonreír, eso significó Japón para mí.

Kaika, o en Kanji ( 開花 ) significa florecer, dar frutos o expandirse.

Después de quince horas de aeropuertos, vuelos y escalas, llegué a mi destino; Narita airport en Tokyo, Japón.

Tan solo caminando al tren ya había visto murales de Pokemón,  de inmediato sentí la energía única y particular de Tokyo. En todos los viajes que he hecho, nunca había sentido una vibra similar a la de esta ciudad, la moda y su diversidad, el movimiento, los colores, luces, vida nocturna, barrios con estilos tan diferentes, museos, exposiciones alucinantes, comida que es simplemente increíble y…. un silencio de la nada.

Las calles de la ciudad son fascinantes, cada vez confirmo más mis ganas de explorar este masivo lugar.

Una japonesa alguna vez me dijo que Londres y Nueva York se veían aburridas al lado de Tokyo, creí que era una exageración. Ahora entiendo su punto, no hay lugar en el mundo como Tokyo, tiene un carácter potente. 

En mi opinión personal, al viajar en solitario se agudiza el estar presente y consciente, me vuelvo más observadora de lo que usualmente ya soy, me gusta apreciar cada mínimo detalle de los sitios a los que voy. Así que caminando por Shibuya, uno de los cruces peatonales más concurridos del planeta, al ver gente caminar en todas las direcciones, solos, en pareja, en familia, en su onda, hablando por teléfono y algunos en su mundo virtual, me surge una reflexión; nos ahogamos en un vaso de agua y el océano ríe al vernos.

En una ciudad como esta, es imprescindible explorar la vida nocturna, un lugar clásico para ir es Shinjuku. Solo puedo decir que es una experiencia  muy divertida, que vale mucho la pena. El resto lo dejo a la expectativa de cada quien.
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Explorando la magia de este país.

Luego de tanta euforia en Tokyo, decidí ir a la prefectura de Nagano a sumergirme en pueblos tradicionales, montañas, bosques y menos gente. Fue muy hermoso recorrer Suzaka, Shibu Onsen, Togakushi y por supuesto Nagano city.

Me quedé en una casa tradicional con ambiente del periodo Edo y Meiji, estilo tatami, durmiendo de manera tradicional en el piso con un futón japonés, un sueño hecho realidad…

Hora del desayuno, una sopita de miso y un delicioso Oyaki de berenjena. Era un día lluvioso y veía como alguna gente se amargaba por eso, no era mi caso, pues decidí que sería un día romántico con mi paraguas en un pueblo japonés rodeado por montañas, viendo monos y yendo a un Onsen tradicional, probando comida deliciosa que calienta tanto el estómago como el corazón y de alguna manera se siente como un abrazo. Así fue, la lluvia le daba su toque, no había nadie en las calles y tuve el pueblo prácticamente para mí sola, al igual que el Onsen (aguas termales), caminé por horas en el bosque admirando la naturaleza, hasta ver a los famosos snow monkeys, no había nieve ya que fui en verano, quizás cubiertos de nieve bañándose en sus pozos de aguas termales debe ser maravilloso, pero solo mirarlos caminar por ahí, en ese ambiente, rodeados de vapor bajo la lluvia, es una de esas imágenes que permanece en mi ser.

Curiosamente los trayectos en tren, por algún motivo me daban sed de conocimiento de culturas, pues esta es demasiado diferente a lo que había visto en cualquier otro lugar, me abre tanto la mente como el alma, nada es blanco o negro, hay toda una paleta de colores por explorar en esta vida.

Luego me fui a Togakushi, un pueblo al que no le tenía mucha fe, pero terminó siendo más allá de precioso. Fui con un coreano el cual me compartió su gran pasión por el dibujo, con su arte quiere enseñar a los niños que tienen derecho a soñar. 

Fue una cachetada fuerte, pues soñar nunca fue un problema para mí, ni para mi entorno, pero la empatía y compasión tocaron mi puerta para recordarme que mucha gente siente que por su condición cultural o socioeconómica no tiene ese derecho, encontrar a este chico me estremeció el alma. Jugamos en un museo ninja como niños pequeños, reímos y filosofamos en unos paisajes que eran sacados de un anime , montañas puntiagudas, templos, lagos, enormes secoyas  rodeadas con shimenawa dando a entender que es un árbol o sitio sagrado. Comimos Soba (fideos de sarraceno típicos de la región) con tempura y tuvimos una tarde memorable con Han, mi nuevo amigo coreano y compañero de aventuras ninja.

Adiós prefectura de Nagano y hola al tan esperado Kyoto, sin duda de las ciudades más bonitas de Japón, es preciosa pero lo que tiene de linda lo tiene de abrumadora, la cantidad de turistas es absurda, empujan como si eso les permitiera ver mejor, tuve que escapar a un jardín Zen, a tomar un matcha ceremonial, meditar y escribir un poco. Francamente, lo mejor que pude hacer, qué bonito se siente estar en paz y qué necesario es estar en solitario.

Decidí partir a Nara, quise estar en otro sitio calmado y con el extra de ver ciervos por toda la ciudad, templos y encantadores callejones, ver atardeceres desde una colina, meditar nuevamente y comer Yomogimochi; un pastelito de harina de arroz glutinoso al vapor, relleno de una pasta dulce de frijol rojo, ese primer bocado es gloria pura, se me hace agua la boca al recordarlo y definitivamente lo guardé en lo que llamo «Relatos de papilas gustativas» son aquellos sabores que marcaron mi vida y jamás olvidaré. 

Es tiempo de conocer Osaka, se come espectacular ( el Ramen es imperdible), la gente tiende a ser más agradable, un poco más sonriente y la vibra de la ciudad es muy cool y diferente a lo que había visto culturalmente hablando, pero de esto les contaré más en otra ocasión.

Tokyo nuevamente, esta vez me fui a un barrio diferente, Shimokitazawa lleno de tiendas de vinilos japoneses, cafés hermosos y tiendas locales muy bonitas. Por último quise volver al caos, despedirme de esta ciudad tan alocada, comer el último Udon de mi viaje y agradecer. 

Querido Japón, tus olores, energía, tanto calma como caos, cultura, sabores, las reflexiones de vida que hallé, aquellas personas que encontré y tu estilo único me hicieron apreciarte de una manera muy especial. Quiero hacer hincapié en que soy fiel creyente que viajar no cura ni es terapia, sin embargo, en Japón volví a sentir felicidad genuina, algo que no experimentaba hace más tiempo del que me gustaría admitir.

Japón, me sacaste sonrisas genuinas, reales y puras después de un muy largo tiempo de su ausencia. El camino siguiente es largo y doloroso, pero por esa sencilla razón, tienes para toda la vida un espacio maravilloso en mi corazón.

Para terminar, espero que tú lector, puedas cumplir el viaje de tus sueños más pronto de lo que imaginas, a veces parece imposible o muy lejano pero la vida nos sorprende. Puede que en cuestión de nada estés recibiendo unos yenes de cambio y diciendo: Arigatoo gozaimasu.

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